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LA APARICIÓN
…“ Anoche cuando volvía de arrear una tropa al “Rincón de López”,
al pasar por una pequeña isla de talas a la vera del Salado, un extraño
resplandor iluminó el nocturno paisaje y se produjo la aparición,
espantándome el moro que montaba, y preso por el asombro que me produjo
ese fenómeno, quedé inmóvil ante la imagen que se presentó a mi vista,
sin atinar a realizar ningún movimiento”...
Así relataba asombrado el resero Lisandro mientras mateaba junto a otros
paisanos en la cocina de la estancia “Las Víboras”, con total
convencimiento que su relato se ajustaba a la realidad.
¿De qué se trataba esa aparición? ¿Era una visión que sólo existía
en la imaginación del resero? …o era algo natural y palpable?
Uno de los hombres que integraba la reunión, llamado don Julián, a quien
el tiempo le había trazado en su cobrizo rostro el paso de los años, se
refirió al motivo de ese fenómeno relatado por Lisandro. Ese misterio
encerraba una triste historia de pasión y de muerte, que había ocurrido
en ese lugar a fines del siglo XIX y que él la había escuchado de boca
de su abuelo.
En esa época, -aseguraba el viejo- vivía en la costa del Salado, un rico
hacendado, reconocido por su generosidad y su espíritu solidario, de
descendencia uruguaya, pues su padre había emigrado de la Banda Oriental
hacía varios años por cuestiones políticas en aquel país. Aquí
contrajo matrimonio con una distinguida dama de la sociedad rural y de esa
unión, nació Ramón, el único hijo, quien al fallecer sus padres
heredó todos sus bienes, estableciéndose en el campo con su esposa, y no
obstante poseer una gran fortuna, no tuvieron la gloria de concebir un
hijo de ambos.
Un día, al volverle matrimonio del pueblo y detener el carruaje frente a
la tranquera, una sorpresa lo aguardaba: en una cesta se encontraba una
pequeña niña lujosamente vestida junto a un brillante cofre vacío. Ante
ese inesperado encuentro, don Ramón y su esposa no dudaron en recoger la
criatura abandonada, para darle cálido amparo y preferente atención,
encariñándose con el paso de los días y criándola como si se tratara
de una hija propia, bautizándola con el nombre de Fátima, en homenaje a
la virgen de la cual eran devotos, además, su imagen estaba colocada en
el pequeño oratorio levantado en la estancia.
Cada vez que se cumplían años de la llegada de ese ser al hogar,
colocaban en el cofre que la acompañaba desde ese día, una joya de
elevado valor, como una forma de garantizar el futuro de la niña.
Fátima fue creciendo sana y poseedora de una inigualable belleza, y su
presencia despertaba admiración en los jóvenes que la conocían.
En una estancia vecina, vivía una poderosa familia y de muy buena
reputación, que mantenía estrecha relación con don Ramón y los suyos,
pero uno de los hijos del vecino, llamado Flavio, había tomado un rumbo
equivocado y había estado involucrado en varios ilícitos con procesos
judiciales. Ese joven era una pesada carga que debía soportar su
distinguida familia.
Al cumplirse 18 años de la llegada de Fátima, sus padres adoptivos
decidieron realizar una fiesta en su homenaje en la misma estancia. En esa
ocasión, llegó Flavio, ante la sorpresa de los presentes, que conocían
su condición de prófugo de la justicia. Al ver a Fátima, quedó
fascinado por su belleza, pero con pocas esperanzas de ser correspondido
debido a su situación reñida con la ética. Sabía que sería difícil
obtener su mano. Para peor de sus ambiciones, ese día, la joven había
quedado comprometida con un apuesto caballero de la ciudad. Pero no
obstante todas las contradicciones, Flavio no se resignaba a renunciar a
su objetivo de lograr el amor de esa bella mujer. Cada vez más
apasionado, vivía rondando todos los movimientos de la joven,
ocultándose entre los árboles y las sombras nocturnas.
Una tarde de verano, en la que el sol clavaba sus calientes rayos sobre la
tierra, Fátima decidió ir a caminar a la vera del Salado como lo hacía
habitualmente, allí, en el lugar donde el río forma una pequeña
barranca cubierta por viejos talas, la joven disfrutaba del campesino
paisaje y llenaba sus oídos con los alegres trinos de los pájaros del
monte. En sus manos llevaba el cofre que le pertenecía desde su llegada
al mundo. Para ese paseo era acompañada y custodiada por un empleado del
establecimiento, un mulato de cándida apariencia, llamado Manuel, que
gozaba de la mayor confianza de su patrón.
La joven, mientras caminaba se acercó demasiado al río, atraída por los
peces que podían verse en las cristalinas aguas, sufrió un tropiezo y
cayó al cauce. Desde la margen opuesta, Flavio, que estaba observando con
atención sus movimientos, no dudó en arrojarse para salvar la vida de la
mujer que amaba, pero ésta, desesperada por el difícil trance, se
abrazó a quien fue a rescatarla y ambos perecieron ahogados. Ante ese
trágico cuadro, el mulato optó por huir, temeroso de ser declarado
culpable de ese episodio.
A orillas del río había quedado un pañuelo que usaba Fátima. Único
indicio de su desgraciada desaparición. Luego de varias horas de rastreo,
fueron rescatados del fondo del río los cuerpos sin vida de los
infortunados, pero el cofre que contenía las joyas nunca pudo ser
encontrado.
El motivo de ese drama resultó un enigma. Creyéndose en principio, en la
hipótesis que Flavio, al no poder lograr su objetivo, había empujado a
la joven y se había suicidado arrojándose al agua. Pero al cabo de dos
años del hecho, apareció en la estancia el mulato Manuel, quien declaró
la realidad de lo acontecido en aquella ocasión, y que había guardado
silencio por temor a ser declarado culpable. Su argumento fue tenido en
cuenta y de esa forma fue esclarecida la tragedia del río Salado.
En ese lugar del río se rastreó en varias ocasiones para tratar de
hallar el cofre dorado, pero no se logró ese cometido.
Según cuentan vecinos que suelen pasar en noches en las que la luna ya se
ha puesto y han desaparecido sus últimos reflejos sobre la tierra, una
explosión de luz surge desde el río y deja iluminado el lugar donde
ocurrió el desgraciado suceso, pudiéndose observar con claridad, la
aparición de la imagen de una joven y bella mujer que camina lentamente y
lleva en sus manos un cofre dorado, hasta desaparecer con los fugaces
rayos luminosos en la densa oscuridad.
Juan Carlos Pirali
Este cuento que obtuvo Mención Especial en concurso de la
SADE de Villa María, Córdoba para la sección Otras obras literarias.
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