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 El patio de mi casa. Tarde de toros.

 

Después de las andanzas contadas, de los propósitos de enmienda, y la correspondiente trilla de alpargatazos que calmaron las iras del alto estado mayor, toda compañía en parejas y tomados de la mano, con la policía militar vigilante, se marcharon todos a los toros. Era un cartel de lujo, y merecía la pena asistir.

 Para los que no conocen Ciudad Real, se indica que en aquella época, solo había un Hotel, el Alfonso X el Sabio.

Estaba y esta situado, cerca de la plaza del Ayuntamiento.

De ella y por la calle Maria Cristina, se llega a la Calle de Toledo y después de un largo paseo, por la calle de La Esperanza, se llega a la Plaza de Toros.

 La familia del general, vivía en Estación Vía crucis, calle perpendicular a la calle de Toledo.

 Las clases “pachuchas”, económicamente, se desplaza-

 

 

ban a esta calle, pertrechados de sillas, botijos, pipas de pelar, alguna merendera con pisto y sobre todo la sempiterna bota de vino.

 Todo esto, para ver pasar a la gente que iba a los toros. Realmente, tenía su encanto: primero, pasaba la Banda Municipal a los acordes de un pasodoble torero. A continuación, toda la gente que se apuntaba pasear su suerte o su dinero, por los morros de los demás, armados de un puro kilométrico o montado en su coche de caballos. Algunos, exhibían  a sus ya marchitas hijas, para ver si había una ultima oportunidad para ellas.

¿Exagero?...¡quia¡, no sabéis el ambiente pueblerino de la época.

 Después del capitalismo, llegaban las cuadrillas con sus diestros al frente, escoltadas por picadores, monosabios y por ultimo…las mulillas enjaezadas con campanillas y finos arreos, que llevarían al morlaco, ya muerto, camino del desolladero.

 Toda una fiesta para los ojos de los niños, que se deshacían en preguntas a los mayores, para saciar su curiosidad.

 

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