VI

 El Patio de mi casa. De lo que después acaeció.

 El general, debido a su pequeño tamaño, a que el forito era muy alto de ejes, a que iba muy despacio o  vaya a saber usted por que, escapó casi indemne de heridas; tan solo un incipiente chichón, se empeño en cubrir de gloria- como herida de guerra-, el abultado palmares de tan valiente militar.

 Esta prolongación de su anatomía, le valió al general, la medalla al sufrimiento por la causa, plasmada en una moneda de a “perra gorda” y un pañuelo como venda. Era la tecnología mas avanzada de la época, para atajar este tipo de tan gloriosas heridas.

 Si, he de reconocer que la retirada del campo de batalla, por parte del aguerrido, no fue lo mas gloriosa posible.

 Ante el gran revuelo de los vecinos de la calle, los ayes lastimeros de la Carmen. – su madre- , y las exclamaciones del conductor de tan vetusto vehículo, el general, en postura poco digna pero eficaz, salio a cuatro patas de entremedias de la gente.

 

 

¿Dónde esta mi niño?, clamaba la Carmen. Todos a una, se pusieron en la postura más propia de  otros menesteres, y comprobaron que ahí debajo, no hay nadie.

 ¿Lo habría deglutido la feroz bestia rodante?

 Voces…carreras… ¡estoy aquí ¡ susurro una voz desde el patio de su casa.

 En tropel, familia y calle, entraron al patio. ¿En donde esta?...

 Al subir la vista a lo más alto del manzano, pudieron ver al general, que en pose de arenga, tomaba una manzana de la rama que lo sustentaba, y le daba un profundo mordisco, con sus incisivos dientes de conejo.

 Solo le faltó a la clase civil, mover el manzano, para recuperar el cuerpo roto del general… ¡que cariño demostraron!

 Después de las debidas correcciones “alpargateriles”, las  curas a  tan gravísimas  heridas  y las repetitivas

 

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