aspavientos que hacia la Reme.

 Para calentar la mesa camilla, el brasero, era un elemento esencial. Aun me veo con las faldas de la mesa en mis hombros tapándome el pecho, mientras mi madre con la badila, hacia una firma en las ascuas para avivar el fuego. Una especie de jaula de alambre, evitaba que las faldas de la mesa se quemasen, algunas veces.

Un resto de picón, podía matar a una familia con su temible tufo.

 Era costumbre general, a primera hora de la mañana, encender uno o dos braseros en el patio, según necesidades o cantidad de frió a combatir. Cuando se veía que no había tufos, lo indicaba la ausencia de humos, se cubría con un poco de ceniza y ya se pasaba a las viviendas.

 Un día, fue muy tentador. Ocho braseros, ya dispuestos pa ser retirados, adornaban el patio.

 Las partes normalmente tapadas del ejército, hicieron su aparición, apagando tan laboriosa obra de arte. La

 

 

 

 Reme, amenazo con la huida a sitios menos poblados y más tranquilos. Los ojitos de la tropa, realizo el milagro de una prórroga en su alistamiento.

 En un día  de invierno del 1952, se llamo a Valentín a reparar muebles y a cocinar en el  Cielo. Entonces si que lo había, pues el infierno, estaba aquí abajo.

 En el portal que unía el patio con la calle, se puso al abuelo del general…, que quietecito que estaba!, el niño lo llamaba… ¡abuelo…!...Mama, ¿Qué le pasa al yayo, que no me habla?, ¿está enfadado?

 Esto ya era demasiado para el general. Lo de la Chati… pase. Lo del abuelo, fue una gran traición de ese dios tan bueno, que le habían contado,  y al cual rezaba todas las noches.

 Aun no se había terminado el año, cuando…

 ¿Mari Carmen?...

 

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