XI

 El Patio de mi Casa. La Huerta.

 

 La Reme iba avanzando en sus preparativos de boda. El novio, era una buena persona, trabajador  como albañil y muy pluriempleado en sus horas libres. Se llamaba Alfonso y de mote, -aun muy empleado en estos momentos en los pueblos – le decían “Canuto”. Mote muy apropiado pues Alfonso, era delgadito y muy alto.

 Todas las tardes ya anocheciendo, se reunían en el portal cerca de  la puerta de la calle. La luz del farolillo de forja que lo adornaba estaba apagada. El general, sistemáticamente y de improviso la encendía. Una mano misteriosa, siempre la volvía a apagar.

 Todo era muy alarmante para el general, sobretodo, los extraños ruidos que oía  desde su escondite en el descanso de la escalera.

 En una ocasión un ¡¡ uuuuuuu!!, seco y muy fuerte, les dio tal susto, que el bofetón de Canuto, fue la mejor manera de terminar con el cachondeo del graciosillo general.

 

 

Cuando llegaba el mes de mayo, el carro y la mula de Pedro, llegaba a la casa y del piso que ocupaba su tía Mercedes y su tío el sastre, salían mesas, sillas, algunas camas y una recua de muchachos que subidos al carro, iniciaban la aventura de pasar el verano en el campo, en la huerta de Pedro.

 Tenía la huerta dos viviendas. Una la ocupaba el hortelano y la otra, la alquilaban por meses para poder salir adelante, en aquella mala época; a nosotros nos servia para caer rendidos después de un día de no parar.

 La vivienda alquilada constaba de tres habitaciones, cocina, un comedor y todo el campo del mundo para siguiente necesidades.

 Adosado a la casa y en su parte trasera, había un gallinero y un palomar.

Se completo el rito anual y a primeros de Junio, ya estaban instalados en la huerta.

 El pobre Canuto, con la agobiante llamada de su naturaleza, se recorría todos los días  seis kilómetros, unas veces andando y otras en bicicleta, con el fin de

 

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