Borreguitas, en un alarde de magnanimidad, dio un caramelo por cabeza a los niños, sin necesidad de negociación del precio. Seguro que tuvo remordimientos posteriores, por la generosidad de la dadiva.

 Todos los niños con el carro ya descargado, jugaban a conquistar el castillo, cuando apareció la visión del pajar.

Lo primero fue maldecir a todas las madres, por parir niños tan escandalosos. A la luz del día, su estampa ganaba mucho. A todo lo dicho, ahora salía mas triunfantemente decorado. Los restos de paja, su pelo y su barba. Al cuello, llevaba una cuerda con bastantes conchas de Santiago ensartadas. Una bolsa de colgar al hombro y un rustico báculo, completaba el cuadro. Así era Pacheco el peregrino. 

Era la primera vez que lo veíamos. El abandono del castillo fue en bandada general;  la princesa, se quedo más sola que la una, y solo su llanto hizo volver al general, tomando sus precauciones.

 Salieron todos corriendo por el pasillo, en dirección al corral de las ovejas. Por una cámara que se comunicaba con el granero, todos los niños con mucho sigilo, se asomaron al patio para vigilar al enemigo.

 

 

 Pacheco se quito la boina, las conchas, la bolsa y unos guantes sin dedos que llevaba y se dirigió al pozo de la casa.

 Un cubo de zinc, con dos herraduras de caballería atadas al extremo del asa, una cuerda y una chillona polea, le permitió sacar agua para su aseo.

Poco abundante, por cierto. Solo un par de manotadas de agua, seguidas de dos ¡ fuuus ¡, y se acabo. Se sacudió la cabeza lo mismo que hacen lo perros y enseñando a los niños el dedo corazón, de su mano derecha en actitud grosera, inicio la retirada de aquellos santos lugares.

 La algarabía de los niños, hizo bajar al patio a la señora Ursula. Falsa alarma.

 El granero de Borreguitas era algo sensacional…

 

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